martes, febrero 26, 2008

Trenes

El cerco va cerrándose y tenemos que hacer algo...
Pero no vemos la salida.

La ciudad se ha convertido en un gran geto, la basura se acumula en las esquinas, los que quedamos nos ocultamos durante el día, solo salimos en pequeños grupos para buscar comida y noticias, los camiones militares y los helicópteros continúan su barrido del terror, por parlantes difunden su propaganda, de cuando en cuando allanan las casas en busca de renegados, si los encuentran los llevan a sus cuarteles y no se les vuelve a ver.

Los rendidos se vanaglorian mostrando a todo el que quiera su nueva fortuna, se pasean a toda velocidad en sus lujosos autos, los perros se pelean los desperdicios de los caídos. Habitan barrios que no han sido tocados, el resto de la ciudad solo es una gran ruina, con la unica excepción de las estaciones de trenes.

Las chimeneas de las fabricas de la periferia echan un humo negruzco y a veces blanco, opacando el sol y dando el aspecto sofocante de un eterno y lúgubre crepúsculo, y de noche el ruido de sus maquinas se mezcla con el de las aspas de los helicópteros que sobre vuelan a baja altura. El aire nocturno se vuelve mas irrespirable producto de las cenizas que sueltan las chimeneas, los camiones pasan a mayor velocidad y con los parlantes gritando aun mas fuerte su cobarde propaganda.


Aún en la oscuridad mas densa una pequeña vela nos guía y protege.


Hay aquellos que arriesgan sus almas y se mezclan con los caídos, trabajan para algunos de ellos en sus casas, manejan sus autos y mas importante aún... manejan sus trenes y líneas, saben que no tienen mucho tiempo, conocen el camino que conduce a los rendidos hacia aquel cuyo nombre trae la perdición. Pero también han descubierto que no todos los caminos llevan a la bestia.
Hay uno que se puede tomar pero que no se sabe dónde terminará...


Quedan pocos trenes, cada vez hay menos gente en esta que alguna vez fue una ciudad sobre poblada, el tiempo se agota, una vez que se vaya el ultimo tren, las maquinas de muerte pasaran y arrasaran con todo.

Con el tiempo en contra, y utilizando todo aquello que fuimos recolectando, callada y pacientemente, logramos vestirnos o mas bien disfrazarnos de los caídos, pagando aquí y allá unos cuantos "favores", logramos llegar a la estación, en medio de un falso ambiente festivo, porque incluso ellos, o mas bien, sobre todo ellos... temen lo que se han buscado, lo veo en el fondo de sus ojos, ninguno de ellos es ciego, ni tan ingenuo.

Un silbato avisa que los trenes comenzarán a moverse, todos los que aun no han subido se apresuran, saben que ya no habrá mas trenes. Los andenes van quedando vacios. Una vez que ya han subido todos, se puede ver a unos militares cerrando con cadenas los accesos a la estación y nuestro tren, el último de la caravana que se alejaba de la ciudad este día, va en silencio, solo se escucha el traqueteo de las vias, ni siquiera los niños lloran.

Los minutos corren lentamente y la expectación crece, cuando el tren comienza a bajar su velocidad, muchos miran con temor por las ventanas, como esperando encontrar al enemigo apuntando sus armas contra nosotros, el movimiento se detiene por completo en una curva, uno de los maquinistas se baja, mueve una palanca y las vías se enrielan con unas vías viejas y desgastadas, casi invisibles. La tensión nos mantiene en silencio y alertas.

En el tren que nos precede alcanzo a ver que una niña nos observa hacer todo esto, su cabello rubio se mueve suavemente con el viento, pienso que podríamos haber salvado mas gente.

Cuando nuestro tren retoma el viaje y el desvío se comienza a notar, la niña dio la voz de alarma, nuestro tren se mueve lentamente y el maquinista que había hecho el cambio alcanza a subirse. Mira a la niña gritar y la gente que ahora nos gritaba amenazas y obscenidades, suspira y dice para si – libre albedrío, no hay victimas allí, siempre se puede elegir- me miro, sonrió triste por un momento y luego con la mirada de los iluminados nos dijo. –bien nosotros tenemos un largo viaje, la resistencia no será en vano.

No sé a donde vamos, pero sé que ya no estamos perdidos.

(registro i: la voz del anciano)

lunes, febrero 11, 2008

Viaje

El cansancio a penas me permite unos últimos minutos de conciencia, mis movimientos torpes y erráticos son una clara señal de que pase de largo hace rato mi umbral de resistencia, miro mi reloj en la oscuridad e indica que pasan de las 5:00 de la mañana, me duelen las piernas, vibran como si pequeños electrochoques les fueran aplicados, trato de dormir pero en vez de perder completamente la conciencia esta divagara mas allá, dejándome flotar en algún lugar, me doy muchas vueltas buscando una posición cómoda, pero las piernas me molestan mucho, abro de cuando en cuando los ojos y solo veo la habitación de siempre, pequeña, apenas iluminada por la luz de la luna y los faroles de la calle cercana, mas bien lo que dejan pasar las cortinas.

Vuelvo a mirar mi reloj y son las 6:00 de la mañana, el cansancio me aplasta, las letras se ven mas grandes, aunque en el mismo color verde fluorescente, al costado de la cama en que me encuentro hay un gran ventanal, sin cortinas, a penas puedo levantarme y camino torpemente hasta la terraza que parece haber fuera de la habitación, el sueño casi no me deja pensar, un vistazo general y puedo ver mis adoradas montañas altas, esbeltas y tan lisas, cayendo casi verticalmente sobre la costa, donde el amanecer parece mas cercano y puedo ver el oleaje en la playa, estoy en un lugar alto, a fuera hay una pareja que camina sobre un césped verde y muy suave, siento el rocío que lo cubre y tengo tantas ganas de caminar descalza por el, me parece que hay otras personas, pero no me ponen atención, a penas logro mantenerme en pie, apenas y con dificultad veo el maravilloso paisaje y el césped apenas es un suave perfume, retrocedo y caigo de espaldas sobre la gran cama blanca, ya no puedo abrir los ojos, y todos los ruidos se alejan…


(registro i: breve vistazo)