lunes, noviembre 20, 2006

Miedo primigenio

Las calles estaban llenas de gente, estaba bastante oscuro, pero las luces de los postes y la velas en las esquinas me permitían ver la suciedad y el desorden que hay en todos lados, pareciera que todo se hubiera detenido, salvo la gente que camina, con una sonrisa en la boca y una mirada extraviada, de pronto siento un ruido ensordecedor desde una avenida cercana, siento un fuerte impulso por ir hacia allá, la tentación de caminar con toda esta gente, de ir con ellos, siento su excitación, el placer que los invade, seductor, tan cálido, es tan fuerte el deseo que invade mi corazón, el deseo de rendirme e ir a mirar a la bestia.

Mucha gente va, todos ellos tienen la marca en su frente y todo aquel que se acerca a mirar y alabar a la bestia, se le marca la frente.
Veo aquello mientras escucho la vos del anciano, describiendo esto desde un lugar muy lejano.
El deseo de ir a mirar es poderoso, me cuesta resistir.

Siento el rugir de la bestia y siento el rugir de la multitud que la acompaña, los edificios impiden que pueda verla desde aquí. No me acerco, pero tampoco me alejo.
Hay gente que se arrodilla y ora en las esquinas, una mujer coge una vela encendida y camina hacia una calle cercana, una parte de mi quiere quedarse pero luchando conmigo misma logro seguirla, doblamos una esquina, justo cuando la bestia cruzaría la avenida en que nos hallábamos. La mujer se arrodilla y comienza a rezar, me inclino con ella aún dudando y luchando con el deseo de ir a ver. Logro resistir, suspiro y pienso “por poco...”

La muchedumbre se aleja en pos de la criatura, atraviesan unas grandes puertas y estas se cierran tras ellos, se supone que ellos, los caídos, están perdidos, pero los que aquí estamos nos sentimos igual de perdidos, pero resistimos.
Nos ocultamos, somos muchos.
Estamos ocultos donde se supone no queda nadie con vida.
Resistimos, resistimos...

(registro i: la voz del anciano)